El
élder Russell M. Nelson dijo:
“Recuerdo claramente una experiencia
mientras volaba en un pequeño avión bimotor. De repente, uno de los
motores explotó y se incendió y la hélice se detuvo por completo. Al
caer en barrena hacia tierra, estaba
seguro de que iba a morir. Algunos de los pasajeros gritaban
aterrorizados. Milagrosamente, la vertiginosa caída extinguió las
llamas, lo cual hizo funcionar el otro motor, con lo que el piloto pudo
estabilizar el aparato y finalmente llegamos a tierra sanos y salvos.
Durante todo ese contratiempo, a pesar de ‘saber’ que se avecinaba la
muerte, mi idea principal era que no temía morir. Recuerdo la sensación
de que volvería al hogar, a conocer a los antepasados por los que había
hecho la obra en el templo; recuerdo la profunda gratitud que sentí al
pensar que mi amada esposa y yo nos sellamos eternamente el uno al otro
así como a nuestros hijos, que nacieron y se criaron en el convenio; me
di cuenta de que mi matrimonio en el templo era mi logro más
importante. Los honores de los hombres no podían ni siquiera acercarse a
la paz interior que me brindaban los sellamientos efectuados en la Casa
del Señor”
(véase “Las puertas de la muerte”, Liahona, julio de 1992,
pág. 82).
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